domingo, 6 de octubre de 2013

PROBLEMAS DE VECINOS


Hay mañanas en que uno se despierta de malhumor sin razón aparente. No ha dormido mal, ni ha tenido pesadillas, ni sufre de mala digestión, ni ayer se peleó con su pareja ni tuvo que soportar una bronca del jefe. Por más que uno le dé vueltas al asunto, no hay motivos de preocupación y, al menos en apariencia, las cosas van bien, el cielo está azul, no hay nubes que amenacen tormenta y los pajaritos cantan. Sin embargo, en casa la atmósfera parece opresiva y hay una extraña tensión en el aire.
Algunos dirán que tengo una imaginación demasiado febril y que de cualquier cosa hago una montaña pero, ¿han pensado ustedes en la posibilidad de que, mientras ustedes duermen, en su casa a veces sucedan cosas raras? Pensemos, por ejemplo, en la biblioteca. Es evidente que para todo lector, su biblioteca es una fuente de grandes placeres. Sin embargo, bien pensado, una biblioteca podría ser también una fuente infinita de conflictos, pues en ella están obligados a convivir, lomo con lomo, libros de grandes autores cuyos egos -¡ay!- también fueron enormes y que a lo mejor se llevan fatal. ¿Quién puede estar seguro, por ejemplo, de que Oscar Wilde no siente una feroz antipatía hacia su vecina Virginia Woolf? ¿Y si Goethe y Hemingway no se soportan tras tanto tiempo de convivencia y se tiran todas las noches los trastos a la cabeza? ¿Quién nos dice que no están deseando que otros autores, Máximo Gorki o Peter Handke, por ejemplo, vengan a interponerse entre ellos, destruyendo con su presencia una vecindad penosa para ambos? Si, en el fondo, todo conflicto es territorial y si, a veces, como todos sabemos, las relaciones entre vecinos pueden ser tan complicadas, ¿por qué creemos tan alegremente que en nuestra biblioteca iba a reinar siempre la concordia y la armonía cuando en ella viven obras de autores muy distintos, de épocas diferentes e ideologías a veces enconadamente enemigas?
Puede que existan autores capaces de llevarse bien con todo el mundo. Pongamos que Gerald Durrell y Woody Allen se llevan bien con todos sus vecinos. Pero, ¿y Hemingway? ¡Por favor! Con lo fanfarrón que era, es posible que tenga fastidiados a todos sus vecinos. Hasta ahora, he partido del supuesto de que la biblioteca está ordenada alfabéticamente. Pero, ¿y si el criterio es colocar juntos a los autores por nacionalidades y épocas? Entonces podría darse el caso de que Hemingway y Scott Fitzgerald, que tan poco se gustaban cuando estaban vivos, quedaran juntos, lomo contra lomo, lo que sin duda podría explicar que algunas mañanas la atmósfera en nuestra casa sea irrespirable y todo el día estemos crispados y tensos sin que entendamos el porqué. Pero también lo contrario podría muy bien ser cierto. Imaginemos que nuestra biblioteca sigue el orden alfabético y que Agatha Christie y Stefan Zweig tienen un romance imposible en la distancia y odian a todos los libros que tan cruelmente los separan. O que Kafka lleva años soñando con ser el vecino de las memorias de Lou Andreas Salomé o de Lauren Bacall.
Con todas esas discordias, esos amores imposibles y esos sueños frustrados de charla amistosa, no es de extrañar que a veces la atmósfera en casa esté algo revuelta y las almas sensibles notemos algo raro en el aire y nos despertemos con el ánimo sombrío y hasta un poco irascibles, pues toda la noche hemos tenido que aguantar sin saberlo la violencia de los grandes egos de nuestros escritores favoritos peleándose en la biblioteca. Yo, por si acaso, someto a frecuentes controles las estanterías para tratar de evitar que, por un azar perverso, la Biblia permanezca junto al Manifiesto Comunista o el Capital de Karl Marx. También prefiero separar a los hermanos Durrell y a Thomas y Heinrich Mann, por si a un hermano le diera por ponerse celoso de que tengo más libros del otro. Y, desde luego, si alguna vez alguien me pregunta qué libro me llevaría a una isla desierta, o bien no contesto o digo que me los llevaría a todos. Si un solo conflicto individual nos provoca a veces un mal día, ¿qué no sería capaz de producir la furia de centenares de libros despechados?

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