No me cabe la menor duda de que si ahora se hiciera una encuesta para
preguntar a los españoles cuál ha sido el fichaje más espectacular del pasado
2003 muy pocos se referirían al de David Beckham por el Real Madrid, aunque en
su día este fichaje millonario hiciera verter ríos de tinta, ni al de
Ronaldinho por el Barça. En realidad, el gran fichaje del 2003, el que más ha
dado que hablar y más dará que hablar todavía en este país, que como ustedes
saben es una monarquía parlamentaria, no es el de un deportista, sino el de
cierta periodista, plebeya y de clase media, que responde al nombre de Letizia
Ortiz Rocasolano y acaba de ser fichada por la Casa Real española como novia
del Príncipe de Asturias y, por lo tanto, futura reina.
De un buen fichaje se
espera que meta muchos goles y que, además, los meta enseguida, porque, de lo
contrario, los seguidores del equipo podrían empezar a impacientarse. Y con
Letizia (cada vez que escribo su nombre el programa de autocorrección de mi
ordenador me cambia la z por una c, que es como habitualmente se escribe en
castellano este nombre derivado de la palabra latina Laetitia, que quiere decir
alegría desbordante) la Casa Real nos ha metido a los españoles unos cuantos
goles de campeonato. Y ha conseguido lo que parecía imposible: subir el grado
de popularidad del que goza la Familia Real incluso entre los círculos más
ardientemente partidarios de instaurar una república.
De hecho, la sensación
que predomina tras el anuncio de la boda es que si se hubiera convocado un casting para encontrarle la novia
perfecta al Príncipe, el resultado no habría sido mejor. Para empezar, Letizia
Ortiz es periodista, con lo que, al elegirla como novia, el Príncipe de
Asturias se mete –primer e importantísimo gol- a todos los medios de
comunicación en el bolsillo. En segundo lugar, lejos de proceder de una de esas
rancias familias más o menos aristocráticas que surten tradicionalmente de
esposas a los herederos a la corona, ella es plebeya, procede de una familia de
clase media, estudió en un colegio público y además está divorciada, con lo que
el Príncipe -y la Casa Real por
extensión-, queda como un tipo de lo más moderno y progresista, acorde con el
espíritu de los tiempos y dispuesto a renovar una institución en general tan
poco renovada como es la monarquía. Recordemos también que Letizia Ortiz es
hija de un periodista y una enfermera y que su abuelo materno es taxista (con
lo que también el nutrido gremio de los taxistas y el de las enfermeras están
encantados de la vida). Encima, la futura Princesa de Asturias nació
casualmente en… ¡Asturias!, con lo que, además, su boda con Don Felipe es un
golazo en portería asturiana, además de una cuestión de coherencia y casi de
justicia poética. Amén de eso, hasta el día del anuncio del compromiso, la
novia presentaba las noticias de la noche en uno de los canales de la
televisión estatal. De ahí que dé tan bien ante las cámaras y, a pesar de la
enorme presión, se la vea desenvuelta, sonriente y segura de sí misma. Al fin y
al cabo, ¿quién iba a tener más tablas frente a las cámaras que una
presentadora de televisión?
Lo dicho: ni harto de
vino puede un príncipe azul, verde o rosa elegir mejor: la futura Princesa de
Asturias es una mujer moderna, trabajadora, inteligente y culta a quien le
encanta la literatura, sobre todo los autores que escriben en castellano. Su
pasión por la literatura y su condición de periodista explican sin duda alguna
que su regalo de compromiso a Don Felipe haya sido una primera edición de un
libro de Mariano José de Larra, el célebre escritor y periodista español.
Así las cosas, ¿cómo no
iba a subir la popularidad de la Casa Real? La monarquía parlamentaria no es el
tipo de sistema político más afín con los tiempos y la Casa Real española lo
sabe perfectamente. De ahí que la aceptación de una amplia mayoría de los
españoles sea tan importante para la subsistencia de la institución monárquica.
De ahí también, probablemente, que el Príncipe no se casara con Eva Sannum, la
modelo noruega con quien salió tiempo atrás y que suscitó un rechazo casi
unánime entre la opinión pública. De ahí también la magistral jugada con que
ahora se meten a muchísima gente en el bolsillo y acallan incluso las posibles
críticas de los más recalcitrantes. En fin, señores, que hay monarquía para
rato.
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