martes, 22 de octubre de 2013

NORMAS DE SEGURIDAD TERRESTRE


«La seguridad aérea es muy importante, de eso no cabe la menor duda», decía el otro día un buen amigo mío a quien todos solemos escuchar religiosamente cuando dice alguna cosa, pues tiene una sólida reputación de hombre sabio e ingenioso. «Pero nuestra lógica obsesión por la seguridad aérea no debería hacernos olvidar que más importante aún es la seguridad terrestre, pues si exceptuamos a los pilotos de avión, el personal de a bordo y ciertos jefes de estado que se pasan la vida viajando de aquí para allá, envueltos en nubes y en honores, los seres normales nos pasamos más rato en tierra que volando. ¿Y quién garantiza nuestra seguridad en todo momento? Nadie. Cuando vamos por la calle, caminando tranquilamente, ¿quién nos garantiza que la persona que se detiene a nuestro lado en el semáforo no sea un narcotraficante a quien alguien está a punto de dispararle desde el otro lado de la calle un tiro que podría desviarse fatídicamente y enviarnos a nosotros al otro mundo? Cuando vamos en el metro leyendo el periódico, ¿quién nos asegura que el tipo que se sienta junto a nosotros no sea un terrorista desalmado que lleva una bomba en el bolsillo?»
¡Cuánta razón tiene!, pensé yo. Y me sentí repentinamente muy desvalida y vulnerable. Se me ocurrió pensar con horror en la cantidad de personas que he dejado entrar en mi vida de la forma más irresponsable e inconsciente y sin pedir que me enseñaran sus huellas dactilares. ¿Quién no se ha entusiasmado en una fiesta con un perfecto desconocido y ha estado charlando con él alegremente hasta las tantas de la madrugada para acabar luego tal vez estableciendo vínculos más íntimos con esa persona en el propio domicilio?  ¿Y si hubiera sido un terrorista y hubiera ocultado en nuestra casa, sin que nos diéramos cuenta, su letal armamento? ¿Y si por culpa de eso hubiéramos acabado en la cárcel, acusados de colaboración con banda armada? ¡Qué espantosa sensación! ¿Y si alguna vez alguien que nos ha caído simpático en una cena o un cocktail era en realidad un asesino carente de escrúpulos que acababa de liquidar a toda su familia? ¿Y si alguna vez hemos ayudado, sin querer, a algún delincuente en su huida? ¿Y si el médico que nos receta calmantes estudió la carrera de medicina en la cárcel donde pasó unos cuantos años acusado de violación? 
Y es que la vida nos expone al peligro de forma permanente y resulta difícil tomar las medidas de seguridad suficientes y adecuadas. A menos que uno convierta su casa en una fortaleza blindada, acorazada y esterilizada  donde no puedan penetrar ni los ácaros y no salga nunca de ella ni deje entrar a personas que no estén estrictamente garantizadas el mundo es un lugar horrorosamente inseguro, un entorno hostil y amenazador lleno de virus, microbios y malas personas que, encima, a veces tienen cara de buenas personas, pues, como todo el mundo sabe, las apariencias engañan.
Y de todos modos, ¿cómo podría una persona estar totalmente garantizada? ¿Qué sabemos del prójimo al fin y al cabo? ¿Podríamos aplicar de forma generalizada los controles que los Estados Unidos de América aplican ahora a los viajeros que quieren entrar en ese país? ¿Se imaginan un mundo donde se exigiera legalmente a todos los ciudadanos que tuvieran y llevaran siempre encima, por ejemplo, una garantía, sellada por el estado, de ciudadano fuera de sospecha? ¿Se imaginan que se obligara a la gente a someterse a periódicos controles llevados a cabo por Examinadores Autorizados que escribirían, a modo de biografía resumida, la vida de cada ciudadano en unas cuantas páginas que luego sellarían con un sello oficial a modo de certificado de buena conducta? ¿Se imaginan un mundo donde todos lleváramos en el bolsillo un certificado de esa clase, renovable trimestralmente, y exigiéramos verlo antes de dirigirle la palabra a alguien en una fiesta o sentarnos junto a alguien en el metro, en el cine o en la barra de un bar? ¿Se imaginan un mundo donde todos exigiéramos que todos llevaran su certificado convenientemente actualizado antes de dejarlos entrar en nuestra vida en calidad de amigos, colegas o amantes? ¿Y, sobre todo, creen ustedes que alguno de nosotros pasaría con éxito la prueba de buena conducta?
Yo, la verdad, prefiero exponerme a ciertos riesgos y seguir como ahora. Como decía no recuerdo ya quien, «ignoro como pueda ser el corazón de un hombre malvado, pero conozco el corazón de un hombre honrado, y es espantoso.»

No hay comentarios:

Publicar un comentario