Sostiene Dalí en uno de sus recuerdos inventados que, en el preciso
instante en que él nació, el viento –la tramontana que barre con violencia las
tierras ampurdanesas y que tiene fama de volver loca a la gente- dejó de
soplar. Sin embargo, todo indicaría más bien lo contrario. No se sabe qué
tiempo hacía aquel día en Figueras, pero cabe imaginar que en cuanto Dalí
abandonó lo que más tarde llamaría el “paraíso intrauterino”, la tramontana
debió de aullar más fuerte que nunca. Y el delirio se apoderó del recién nacido.
Sea como fuere, tuviera o
no algo que ver en el asunto la tramontana que supuestamente vuelve loca a la
gente, aquel 11 de mayo de 1904 nacía el artista que ha llegado más lejos en el
cultivo de la personalidad artística, la excentricidad, el delirio de grandeza
megalómano, el narcisismo, el exceso y la exageración, la egolatría desatada y
el deseo de provocar y escandalizar.
Basta con leer alguno de
sus numerosos libros autobiográficos, donde la modestia no tiene cabida, para
comprender que desde su más tierna infancia Dalí se aplicó con ahínco a la
tarea de distinguirse del resto de los mortales, construyendo así un mito de
dimensiones colosales. “Gracias a mí –escribe en Diario de un genio con el humor y el gusto por la paradoja que lo
caracterizan- llegará un día en que las gentes se verán forzadas a ocuparse de
mi obra.” O también: “Cuando tenía seis años, quería ser cocinero, a los siete,
Napoleón. Desde entonces mi ambición ha ido aumentando sin parar, y ahora es la
de llegar a ser Salvador Dalí, y nada más”.
Huelga decir que consiguió serlo de forma superlativa.
Tocado con la barretina, el típico
gorro catalán, sus bigotes que apuntaban al cielo, su sempiterno bastón y sus
ojos desorbitados de profeta histérico, su imagen daría la vuelta al mundo y
aún hoy atrae a millares de personas, que hacen cola a la puerta de los museos
donde se muestra su obra y los vericuetos de
una personalidad tan fascinante como desconcertante.
De hecho, la aguda intuición y la astucia que lo
llevan a ser el primero en utilizar los medios de comunicación de masas para
hacerse propaganda convierten a Dalí en el artista que mejor encarna el
espíritu del siglo XX. Digamos que si Oscar Wilde patentó la idea de la vida
como obra de arte, Salvador de Dalí fue su alumno aventajado. Y superó al
maestro porque así como Wilde acabó su vida en medio de la pobreza y el
desprecio de sus coetáneos, la vida y la personalidad de Dalí se convirtieron enseguida
en una máquina de hacer dinero. Tanto es así que André Breton, que había pasado
de la devoción al rencor, compondría el célebre anagrama vengativo de Avida
Dollars, colocando en otro orden las letras del nombre de Salvador Dalí. “No
fue sin duda un hallazgo de gran poeta –le replica Dalí en su Diario de un genio-, pero debo reconocer
que se ajustaba bastante bien a mis ambiciones inmediatas de entonces”. Y a
continuación añade: “…tomé una decisión irrevocable: Salvador Dalí iba a
convertirse en la más insigne cortesana de su tiempo”.
Hay que admitir que para
conseguir tan noble propósito no regateó medios ni imaginación. Sus
apariciones, siempre espectaculares por algún concepto, ya fuera por lo
disparatado de sus discursos, a veces deliberadamente incomprensibles, o por su
atuendo (en el baile de Beistegui, en Venecia, él y Gala aparecieron
disfrazados de gigantes de siete metros) causaban siempre sensación. Asimismo,
existen imágenes que recogen una cena ofrecida por Dalí y Gala durante su
estancia en Hollywood, y donde se ve a Bob Hope, sentado a la mesa, destapar
una fuente de comida llena de… ranas vivas que, naturalmente abandonan la
fuente a toda velocidad entre el sorprendido regocijo de los invitados, que
aquella noche se lo pasaron en grande pero debieron de quedarse con un poco de
hambre si toda la comida salió, como las ranas, huyendo a toda velocidad. Las
excentricidades de Dalí llegaron incluso a poner su vida en peligro, como
cuando dio una conferencia de prensa en Londres embutido en un traje de buzo y,
de tanto como le habían apretado los tornillos de la escafandra, ésta se encalló, lo que puso a nuestro genio al
borde de la asfixia.
Pero para Dalí toda
publicidad era poca y aunque aparecía regularmente en todos los medios
planetarios (en 1936, por poner tan sólo un ejemplo, su rostro fue portada de
Time), en 1945 creó su propio diario, que se llamaba Dalí News y salió hasta
1947. Junto a la información sobre las actividades del pintor, este diario
publicaba anuncios de productos inventados, como el Dalinal. “¿Sufre usted
tristeza intelectual periódica? ¿Depresión maníaca, mediocridad congénita,
imbecilidad gelatinosa, piedras de diamante en los riñones, impotencia o
frigidez? Tome Dalinal, la chispa artificial que logrará estimular su ánimo de
nuevo.”
Tal ha sido el
protagonismo de sus delirios furiosamente dionisíacos, como a él mismo le
gustaba calificar sus excesos, que la obra quedó a menudo en segundo plano. Lo
mismo cabe decir de su abundante producción literaria donde a pesar de todo,
como sucede en Diario de un genio o Vida secreta, quizá su obra
autobiográfica más interesante, entre el autobombo y la propaganda se abren
paso agudas y brillantes intuiciones sobre el arte, la tradición y la modernidad, los avances
científicos y, cómo no, la estupidez incorregible del mundo.
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