martes, 24 de diciembre de 2013

LA IRONÍA


Sabemos de buena tinta que la vida va en serio. Sin embargo, parece empeñada en demostrar que es un espíritu travieso y burlón y que le encantan las bromas pesadas. De ahí que se complazca en bombardearnos regularmente con esa fina munición que es la ironía.
A diferencia de lo que sucede con la risa o con el llanto, que son más bien latinos, temperamentales y explosivos y pueden dejarte tan despeinado como si acabaras de sobrevivir a un terrible huracán, la ironía tiene los modales de esos caballeros británicos que en medio del peor de los desastres apenas si levantan una ceja y, por supuesto, jamás se despeinan ni pierden la compostura. La ironía es una bomba silenciosa que nos explota en el cerebro con insidiosa sutileza y deja tan solo en nuestro rostro una sonrisa leve y ambigua como la de la Mona Lisa. De hecho, siempre he sospechado que para provocar esa peculiar sonrisa en la Gioconda, Leonardo debió de contarle alguna de las múltiples y estremecedoras ironías que sin cesar nos regala la cruda realidad.
Entre todas las ironías producidas por la realidad una de las que más me ha impresionado es la historia de la mujer que un día, por desgracia, tuvo muy buena suerte. Ya sé que la frase anterior contiene una extraña paradoja, pero enseguida me explicaré. Resulta que la pobre mujer había ido al bingo y, justo cuando la suerte le sonrió y puso en sus manos un cartón premiado, estaba  comiendo un nutritivo bocadillo de lomo caliente. De modo que en el preciso instante en que, pletórica de alegría y excitación, la mujer gritó «¡Bingo!», tuvo la mala suerte de atragantarse con el pedazo de bocadillo que tenía en la boca y poco después moría asfixiada sin que nadie pudiera hacer nada por salvarle la vida. No sé si sus herederos reclamaron el dinero del premio para pagar el entierro, lo que resultaría, no ya irónico, sino directamente sarcástico.
Sea como fuere, Leonardo no pudo contar a la Mona Lisa esta historia ferozmente irónica, por la sencilla razón de que sucedió en España no hará mucho más de diez años. Sin embargo, pudo muy bien contarle algún episodio parecido, sucedido en su propia época, para provocar la que tal vez sea la sonrisa más célebre de todos los tiempos. Al fin y al cabo, por suerte o por desgracia, los ejemplos de ironía feroz no son precisamente lo que nos falta en este mundo. He aquí otra muestra, esta vez imaginaria aunque plausible: pongamos que, después de soñar en ello durante toda la vida, a un hombre le toca la lotería y, loco de felicidad, se va a la agencia de viajes más cercana para hacer realidad otro deseo suyo: visitar una isla paradisíaca. Una vez en la isla, se halla felizmente entregado a un ocio perfecto, tumbado al borde de un mar resplandeciente, bajo un cocotero, en medio de uno de los paisajes más bellos y voluptuosos del mundo, cuando se produce un fuerte terremoto en el fondo del mar y una ola gigante lo arrebata de la tumbona y acaba con su vida.
Las ironías de la vida nos sitúan de forma perturbadora en un terreno fronterizo entre lo horrible y lo cómico, como si éstos fueran dos vecinos tan bien avenidos que comparten el cuarto de baño y quizá también la cocina. En ese territorio fronterizo donde florece la ironía, las cosas pueden ser ellas mismas y también su contrario. Por eso el momento de mayor buena suerte de tu vida puede convertirse, por obra y gracia de la diabólica ironía, en la tragedia más espantosa que te ha sucedido. De hecho, podría decirse que la ironía brota cuando la comedia y la tragedia se dan la mano, estableciendo así una extraña alianza, un pacto de colaboración que da resultados tan divertidos como crueles y funestos. Y es que la auténtica naturaleza de la realidad reside en la tragicómica paradoja, en la fulminante ironía y en el sarcasmo. De ahí que, enfrentados a las numerosas ironías de la vida, a menudo no sepamos si echarnos a reír o romper a llorar y, para salir del paso, nos limitemos a sonreír como la Gioconda mientras producimos profundas reflexiones sobre la fragilidad que nos convierte en juguetes de fuerzas contra las cuales nada podemos.

Diciembre 2004

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